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Refugiados en USA

Vivimos en una hermosa isla llamada Puerto Rico. Llena de árboles, playas, paisajes espectaculares y los mejores atardeceres que existen. Pero hace 60 días, el 20 de septiembre de 2017,  fue azotada por el huracán mas grande que halla vivido y esa belleza se vio empañada de miedo, dolor e incertidumbre. 



El huracán María, que hasta el sol de hoy aun no se sabe ni en qué categoría paso por la isla, para mí fué categoría 10. Una experiencia horrible que no quisiera volver a vivir. Pero al ser una isla del Caribe, las posibilidades de que vuelva a ocurrir son grandes. Había vivido dos huracanes en mi ni ñez, pero nunca con la responsabilidad de cuidar de una casa, una familia y un perro. No sabíamos a lo que nos enfrentábamos, pues las noticias no eran muy alentadoras y lo único que retumbaba en mi cabeza era la frase "será catastrófico para nuestro país". Me preocupaban mucho los niños, pues son muy pequeños para entender quizás la magnitud de lo que se avecinaba. 

Me acordé que en mi niñez preparábamos mapas para seguir la trayectoria de las tormentas y huracanes y les preparé a los niños un mapa con coordenadas y todo. Entonces seguimos la trayectoria de María hasta que se fué la comunicación y no sabíamos por donde iba. Les expliqué la importancia de los huracanes y el por qué ocurren. Les aseguré que estaríamos bien (aunque les confiezo que yo dudaba un poco de ese argumento) y les dije que papá y mamá iban a cuidar de ellos, que no se preocuparan. 

Entonces comenzaron los vientos en la madrugada del 20 de septiembre, los niños dormían, aunque papá y yo tuvimos una noche larga. Cuando despertaron los vientos estaban fuertes y se esperaba que se fueran intensificando poco a poco. Pero gracias a Dios los niños estuvieron calmados la mayor parte del tiempo. 

El agua de la lluvia comenzó a entrar por las ventanas de los cuartos y de la sala. Así que mientras ellos jugaban, papá y yo secábamos el agua con mapos y toallas. Cuando la cosa se puso más fuerte, preparé el baño a modo de refugio y los lleve allí. Me hicieron miles de preguntas del por qué estábamos en el baño y del por qué la bañera era una cama con sabanas y almohadas. Les dije que era como un camping y que en lo que los vientos se calmaban íbamos a estar allí. Les lleve juguetes, preparé una neverita con jugos y les lleve meriendas, les puse películas (hasta que me durara la bateria) y allí estuvimos hasta que llego la calma. Pensamos que el huracán se había ido, lo cual no teníamos modo de saber ya que todo tipo de comunicación (teléfono, internet, radio, todo) se había caído. Secamos el agua y hasta las ventanas abrimos para que entrara un poco de aire. Pero luego comenzó la odisea nuevamente y hasta peor. Volvimos al baño en donde estuvimos un rato y luego nos fuimos al closet, pues ya los niños se estaban desesperando. Como ya era en la tarde, puse un matre en el piso, sabanas e intentamos dormir. Ellos si lograron hacerlo, pero a papá y a mí nos llevo un tiempo lograrlo, pero ya el cansancio y el agotamiento nos vencía. 

Al día siguiente salimos a la realidad. Fué triste ver todo árbol que decoraba nuestro vecindario y todo árbol en la distancia maltratado, la mayoría del tendido eléctrico un desastre y verjas y basura tirados por el suelo, arrastrados por los fuertes vientos. Gracias a Dios no tuvimos perdidas mayores, aparte de una casa de patio destruida y algunos muebles mojados por la lluvia que entró por las ventanas. Pero estábamos vivos y eso era lo que realmente importaba. Les confiezo que durante el suceso pensé que el resultado iba a ser peor.

 Entonces llegó el después del huracán: cero comunicación, cero luz eléctrica y cero agua. La poca señal de radio que llegaba no pintaba un panorama muy alentador y entonces la frase: "será catastrófico para nuestro país", estaba volviéndose en una realidad. 

Papá salió a trabajar inmediatamente, pues su trabajo así lo requería. Así que luego del desayuno, me las inventé para mantener a los niños ocupados. Cuando papá regresó nos puso una propuesta sobre la mesa. La agencia para la que él trabaja nos ofrecía desalojar la isla sin ningún costo, un dinero diario para comida y alojamiento a donde fuéramos. Pero no la consideramos en ese momento. No pensamos que fuera a ser difícil vivir sin luz, sin agua, sin comunicaciones. Además de que era una gran oportunidad de enseñarle a los chicos la otra cara de la moneda. La cara de bañarse con agua fría, racionar la comida, vivir sin ningún artefacto electrónico, sin aire y quedarse dormido haciendo sombras con las manos.

Compartir de lo poco que teníamos con lo demás fué la parte más emocionante para ellos. Pues conocíamos a una señora de muy pocos recursos que vivía sola con su marido y le llevábamos hielo que aún teníamos, comida y agua que nos traía papá. Siempre andábamos con botellas de agua y cuando veíamos a alguien trabajando en la calle se la dábamos. 

Lavamos la ropa a mano y cogíamos agua de lluvia para almacenar. A veces nos bañábamos en casa de un amigo con agua fría o en la casa calentábamos agua en una estufita que teníamos y con la ayuda de un vaso nos bañábamos. El ruido de los generadores me desesperaba y el olor de los mismos me daba dolores de cabeza. No sabíamos nada del estatus de la escuela de los niños, no había manera de saber. Pero lo peor fué cuando salimos más allá por primera vez. La tristeza, la desesperación, el miedo y la incertidumbre se apoderaron de mí.    

Pasaron dos semana del huracán y aun seguíamos sin luz, sin agua, y lo más desesperante, sin comunicaciones de ninguna manera. Todo comercio seguía cerrado y las filas para gasolina, entrar a al supermercado que estuviera abierto, transitar sin semáforos, los hospitales cerrados sin luz y cero manera de sacar dinero, hacia que la vivencia se convirtiera en sobrevivencia. Así que decidí tomar la propuesta que papá me había dado hace dos semanas, desalojar la isla. No había podido hablar con mis hermanas que estaban fuera de la isla, pero mi esposo por medio de un teléfono satelital del trabajo si. Así que decidí empacar y salir. 

Aunque dije que íba a ser por dos semanas o tres, ya llevamos dos meses. Pero no me arrepiento, no me considero cobarde, ni miedosa, ni mucho menos floja. Por el contrario me considero valiente y en cierta manera tomé una decisión responsable para mi familia. No era fácil estar lejos de papá y los niños lo extrañaban muchísimo. Pues papá tuvo que quedarse y ayudar a familiares y amigos. Luego nos alcanzó y aquí estamos todos.

Estuve mucho tiempo triste por los que se quedaron, pues las noticias seguían siendo no muy alentadoras. Pero desde acá fui voluntaria para empacar comida que iba a ser donada a la isla y, cuando la comunicación lo permitía, le decía a papá cuales eran las necesidades de la familia que estaban en Puerto Rico. Además de hacer donaciones monetarias a diferentes entidades que estaban ayudando a las personas. Comprendí que no hay que estar en el lugar de la tragedia para enseñarle a los niños valores, responsabilidades y empatía con los más necesitados.  

En la vida existen oportunidades que no se pueden dejar pasar, y yo acepté una de ellas. Los niños están bien, están seguros y su educación no se vió afectada ni interrumpida. Así que al final eso es lo que realmente nos importa. Amo a mí isla y claro que vamos a regresar, Puerto Rico es nuestro hogar. Pero por ahora, somos refugiados en USA.